- Primera precisión: nos dice Wittgenstein que Š ³de lo que no se pueda hablar hay que callar² ... y también que Š ³lo inefable ­ aquello que me parece misterioso y no me atrevo a expresar ­ proporciona quizá el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo pudiera expresar² - Segunda precisión: nos dice Lyotard que Š Lo sublime tiene lugar cuando la imaginación fracasa y no consigue presentar un objeto que venga a establecerse de acuerdo con un concepto. Tenemos la idea del mundo ­ la totalidad de lo que es ­ pero no tenemos la capacidad de mostrar un ejemplo de ella. Tenemos la idea de lo simple ­ lo no descomponible ­ pero no podemos ilustrar esta idea por medio de un objeto que sería el caso de ella. Podemos concebir lo absolutamente grande, lo absolutamente poderoso, pero cualquier presentación de un objeto destinado a ³hacer ver² esta magnitud o esta potencia absolutas se nos aparece como dolorosamente insuficientes. Por consiguiente, estas ideas no nos dan a conocer nada de la realidad ­ la experiencia ­ prohíben el libre acuerdo de las facultades que produce el sentimiento de lo bello Š podría decirse de ellas que son impresentables

- ¿qué es el gran anhelo? Para contestar a ésta cuestión tomaremos una cita del libro que Eugen Fink publicó sobre la filosofía de Nietzsche Š² todos conocemos ese sentimiento. Cada uno conoce esta emoción del corazón humano. El anhelo es, evidentemente, un deseo, un deseo de lo ausente. No tenemos, claro está, anhelo alguno de aquello que está ante nuestros ojos y al alcance de nuestras manos, de aquello que podemos ver y tocar. Todos podemos apetecer lo presente, incluso podemos apetecerlo violenta y apasionadamente; pero no sentimos anhelo de ello. Del anhelo forma parte la tensión añorante hacia la lejanía; sentimos nostalgia de la amada lejana, de los días de la niñez, de la muerte. El anhelo nos arranca de la situación actual y de sus metas y fines limitados; quedamos lejos de todo lo cercano que nos importuna; estamos, en cierto modo, arrebatados, como Ifigenia en la orilla de Táuride, mirando nostálgicamente más allá del mar y buscando con el alma el país de los griegos. Del anhelo forma parte la expectación en la lejanía del espacio y el tiempo. Todos conocemos también el anhelo de lo indefinido, el anhelo carente de meta: el dolor de ausencia del alma, la mirada que se lanza por encima de los mares abiertos Š Inquietum est cor nostrum Š nos dice San Agustín Š

- De nuevo citamos a Eugen Fink Š ³estamos casi siempre prisioneros del tiempo, vivimos en él como en un sueño; el tiempo es el cauce de nuestra existencia, el médium de nuestra vida, el aire que respiramos; pero muy frecuentemente no lo conocemos. Es posible, sin embargo, despertar de tal sueño; es posible desvelarse a media noche; el tiempo se convierte en problema, y por este medio se conoce la profundidad del mundo. Si pensamos el tiempo, si lo pensamos en vigilia, y no dormimos también nosotros en el tiempo universal en el que el tiempo nos conduce, entonces el mundo tiene que parecernos más profundo, mas problemático, más enigmático. En la noche tranquila oímos discurrir silenciosamente el tiempo, mientras que en el ruido del día, cuando estamos embargados por el aspecto multicolor de las múltiples cosas, sabemos menos del inquietante soplo de la caducidad. El conocimiento de ésta es conocimiento acerca del profundo sufrimiento del mundo: todo pasa, nada parece quedar; donde algo brilla, espera ya la muerte: todo es botín suyo; el dolor del mundo es muy hondo Š

- Viajé a Vitoria con el único propósito de conocer la iglesia de la Coronación. Aunque sabía cómo llegar hasta allí, me extrañó que no fuera un referente para la ciudad, y mas aún me extrañó el aspecto un tanto tosco que el edificio tiene en su exterior. Situado en un espacio urbano que no llega a ser una plaza, y rodeada de bloques de viviendas bien anodinos. Además, tampoco estaba claro por dónde se podía entrar. - Santa María madre de dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte Š Santa María madre de dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte Š esta salmodia de culpabilidad y caducidad, repetida una y otra vez hasta el final del tiempo, es lo que me recibió cuando entré en la iglesia. Era un susurro suave pero persistente, reiterado y cansino, venido desde la lejanía de mi infancia casi olvidada. - Me quedé sobrecogido por la grandeza del espacio, acentuada poderosamente debido a la ausencia de toda referencia, de cualquier ornamentación, a la desnudez de sus paramentos ... pero que sin embargo me acogía y me consolaba, porque un fogonazo de luz procedente del sol, fuente de toda vida, penetraba lateralmente al fondo, otorgando presencia a una figura suspendida entre el cielo y la tierra, que nos llama y nos abruma con preguntas a las que no sabemos qué responder Š - Después de una larga espera, empecé a tomar conciencia de lo que me envolvía y me atrapaba. Un muro de un blanco inmaculado, de gran altura y enorme potencia, que por sí mismo confiere al espacio una dimensión sobre humana Š inmediatamente nos sentimos protegidos, pero pequeños, casi diminutos Š - Otro muro, en este caso de mampostería de piedra vista sin labrar, de tonalidades oscuras, se dirige en línea recta hasta encontrar una inundación de luz lateral al final del mismo, horadado por un entramado de pequeños y esbeltos huecos alternados, lo que le imprime un dinamismo que contrasta fuertemente con la pesadez del muro. Un espacio desnudo, casi inmaterial, pero lleno de un contenido denso de pensamiento, o quizá de emoción Š - La luz declinante de poniente, que pasa a través de estos huecos se proyecta sobre el techo ligeramente abombado de madera lisa, brillante y oscura que, si la observamos elevando nuestra mirada, nos revela la forma del espacio en que nos hallamos, sin que hasta ese momento hayamos sido capaces de apreciarla. Pero curiosamente nos interpela, nos plantea la duda de en qué realidad vivimos, si en la de los huecos que dejan pasar la luz, o en la de la potente luz con que esos mismos huecos iluminan nuestro anhelo puesto en lo alto del cielo Š vivimos en nuestra vida de seres mortales atrapados en nuestras pérdidas y desilusiones Š o nos hemos elevado por encima de nuestro pequeño mundo buscando la morada de los dioses Š - Un ambiente extraño, muy extraño Š grandioso pero acogedor, inquietante pero apacible, enorme pero a escala humana, en el que nos sentimos de lugar pero en el que estás misteriosamente atrapado Š cómo vamos a ser capaces de salir de allí para encontrarnos cara a cara con mostros mismos, sin posibilidad de engañarnos Š de lo que somos Š de lo que seremos Š - Al fondo Š a lo lejos, una figura suspendida en el espacio reclama nuestra atención de forma ineludible. No sabemos si está a punto de caer a tierra con estrépito, o está ascendiendo velozmente hacia las alturas escapando de toda culpa, dejándonos abandonados y sin consuelo. - En qué tiempo está esa inefable figura Š en qué tiempo estamos nosotros que la contemplamos sin saber nombrarla Š nos encontramos fuera del espacio y el tiempo, allí donde querríamos quedarnos Š pero ³nos equivocamos², como diría Philip Larkin - De ese símbolo hablaremos a continuación

lo que comparten estas dos obras es la presencia del símbolo que representa el profundo Š insondable Š inmenso Š oceánico dolor de la humanidad suspendida en el vacío del espacio y expuesta a la intemperie del tiempo

advertencia legal                               2visuales@2visuales.es                       diseño web: 2visuales

609 131 164       621 210 797